Dos mundos

Autor: Lucas Rueda

Edad: 14 años

Desparche y escritura

El reloj marcaba las cinco de la tarde y era hora de cerrar el cementerio. Me bajé del Metro corriendo para no llegar tarde. Los últimos visitantes salían del campo santo, mientras yo me cambiaba de prisa para ponerme, por primera vez, el uniforme de guarda. El ambiente se sentía denso, probablemente, porque estaba rodeado de muertos. Siempre le tuve mucho miedo a los cementerios y esta vez era más fuerte el terror que sentía: mi primer día de trabajo y me tocaba, precisamente, el turno nocturno. No podía dejar de pensar en los poltergeist, fantasmas y almas en pena.

Esa noche solo estábamos dos guardas. El cementerio es bastante grande, así que nos turnábamos para hacer la ronda. Me tocaba empezar a mí, pero estaba muerto del susto. Sin embargo, mi orgullo me impedía dejar en evidencia el pánico que sentía, así que salí con linterna en mano y paso firme. La luna iluminaba el camino y el sonido de los grillos anulaba cualquier ruido del ambiente. Me calmé un poco después de haber transitado medio cementerio. De pronto, escuché un fuerte ruido como el de una roca al caer y sentí un profundo pánico, pero tenía que averiguar qué había sucedido. Fue en ese momento que un grito escapó de mi alma, aunque mi voz no se proyectaba, me quedé paralizado.

Estaba viendo algo imposible desde la lógica humana: la escultura que acababa de ver sobre una tumba ¿¡estaba viva!?  esa estatua blanca, de una mujer con pañuelo en mano, mantilla y vestido largo, abrió la boca y me dijo puedo ver tu temor. Mientras tanto, yo seguía paralizado, solo pude soltar un suspiro, como resignándome a que todo había terminado para mí.  De un momento a otro, vi como otras esculturas se levantaron, era como si estuvieran despertando de un profundo sueño. Todas empezaron a caminar en dirección a mí. La mujer del pañuelo, con voz de ultratumba, dijo sígueme. La seguí temblando. Te voy a mostrar lo hermoso de este lugar.

 Siempre escuché que el cementerio es otro mundo, es el mundo de los muertos, un mundo lleno de historias, como la que me contó la escultura que llevaba el pañuelo en su mano. Me señaló una tumba grande e imponente, que era imposible ignorar al pasar por ese lado del cementerio y me dijo: mi hijo murió por una extraña enfermedad, la enfermedad del amor. El dolor fue tan grande que fue imposible reparar mi corazón roto, sus recuerdos era lo único que me mantenía con vida. Venía con frecuencia a su tumba y lloraba acostada sobre la fría loza. Mis lágrimas marchitaban las plantas del campo santo. Un día mi cuerpo no soportó más dolor y cayó derrumbado e inerte, sobre la tumba fría, desmoronándome por completo.

Mi esposo mandó construir, en mi honor, un símbolo del amor materno: una escultura que guardara fidelidad con mi forma física, y desde entonces la escultura y yo somos una, no hay diferencia entre ambas.  Mi cuerpo fue sepultado allí (me señaló una tumba cerca, pero sin opulencia alguna) de este modo pude reencontrarme con mi hijo en este otro mundo, sanando así las heridas y el dolor.

Mientras tanto, la mujer caminaba por el cementerio indicándome con su mirada que la siguiera. De pronto, se detuvo en frente de una escultura y me dijo: mira con atención esta escultura. Pude ver algo que parecía una mano cerrada con los dedos apuntando al cielo y en el centro de las manos (o quizá eran alas) un rostro, del tronco del brazo parecía desprenderse un cuerpo hasta llegar a la base de la escultura.  Me pareció muy extraña y difícil de definir. La mujer me explicó: esa es una tumba vacía, pertenece a Gustavo Álvarez Gardeazabal, aún no ha muerto, pero eligió su tumba desde ya. Su último deseo es que lo entierren al lado de otros dos grandes escritores que están en este campo santo, de ellos no hablaremos hoy porque esa es otra historia, solo puedo decirte que él quiere conformar la triada de los tres escritores más importantes de Colombia.

La mujer seguía caminando entre tumbas y guiándome con el eco de su voz. De pronto se detuvo y me dijo: siempre verás algo diferente en este lugar, no solo muerte, también puedes ver vida, debes observar a las personas que vienen a visitar las tumbas de sus seres queridos, aquellos que vienen a dar el último adiós, otros que buscan cómo adornar las moradas eternas de quienes aman y las custodian con ángeles. También hay quienes vienen llenos de esperanza a realizar peticiones a los del más allá e incluso a nosotras las esculturas. Observa el ángel de allí ¿Puedes ver que le falta uno de sus dedos? En ese momento la estatua a la que hacía referencia tomó la palabra: la gente comenzó esta costumbre desde hace mucho tiempo, ellos dicen que, si me quitan un dedo, quedo obligado a cumplirles un deseo, para poder recuperar lo que se llevaron. El ángel volvió a enmudecer después de decir estas palabras.

La mujer, tomó de nuevo la palabra: sin embargo, debo decirte que hay un lugar donde los espíritus resabiados hacen de las suyas repartiendo su maldad y oscuridad. Es mejor no hablar de ellos para no aumentar su energía. No olvides que en medio de los mausoleos y de las tumbas sencillas engalanadas con flores, retratos y cartas, existe otra vida, otro mundo diferente al de ustedes los vivos.

Fue lo último que recuerdo. De pronto todo se volvió confuso y me parece que no veía bien, creo que me desmayé. Mi compañero me encontró desvanecido en el suelo y me ayudó a despertar. Lo primero que me dijo fue ¿te hablaron? lo miré intrigado ¡no puede ser, él lo sabía! Asentí para responder su pregunta. Entonces le conté todo. Él sonrió mientras decía cada tanto, 12 estrellas imponentes se alinean con la luna, provocando una especie de hechizo, que le otorga vida a las esculturas de este lugar.

Desde entonces comprendí que la existencia de esos dos mundos de los que me habló la escultura, son totalmente reales. Por eso camino con tranquilidad por las calles del cementerio, con una sonrisa en los labios, esperando de nuevo el fenómeno de alineación que le otorga magia a este lugar que no es sombrío, sino espectacular.

1 comentario en “Dos mundos”

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *