Voces que evocan lo cotidiano. Sonidos que brotan de todas partes, siempre enmarcados en  el estar. Preocupación diaria por sobrevivir y permanecer. Barullo de ruidos entremezclados  en el habitar presente de las intenciones profundas del ser. Cada voz, una historia, cada  ruido, una anécdota. Mujeres que con voz coqueta convocan el dinero masculino, nunca  leyeron a Simone de Beauvoir. Entre las murallas de rocas, edificios, asfalto, sudor y autos,  las voces penetran. El ruido y el murmullo de seres que en su habitar cotidiano posibilitan  el mantenimiento del Cosmos se esparce. Las esperanzas de la existencia encuentran en el  otro su forma de realización. Engaño colectivo. Para librarse de sus angustias, están Dios y la crema de marihuana, Darío Gómez y los veinte mil pesos, diversas formas de lo divino. Posibilidad real, sueños inmediatos, melancolías fundadas. Proletarios de la vida, ocupantes  de lo nunca propio, desechos de la Modernidad y el capital, anhelan la posesión de las  migajas de felicidad prometidas, por eso afilan cuchillos, bordan pantalones y venden  fresas. La vocación como el llamado de la esperanza… el oficio como el despliegue del ser  y el sentido. Una mujer anuncia que se le quito el dolor pero en su desproporción de no  anunciar las razones; tal vez efectividad simbólica de la crema, posibilidad de que sea Dios,  en su misericordia. Estos seres, que con sonidos pueblan al ambiente, son rostros anónimos, cuerpos sin nombre, carne sin forma, pero cada uno esperanza, posibilidad y despliegue. En  su individualidad son muestra de la total humanidad… en sus intenciones vociferantes se  funda lo humano. Y nuestra especie tendrá aún esperanza en la tierra mientras se compren  arepas, se anuncie las cinco como hora de partida y se aplique gratis una muestra de la  crema de coca y marihuana.