
Ganador categorÃa ilustración, paisaje Sonoro La Ceja – Byron Lenin Cañar Ceballos
Campanadas
El frÃo penetraba sus frágiles huesos, a la vez que la bruma de montaña humedecÃa sus mejillas coloradas, quemadas por el frÃo y el sol. Escuchaba cada vez más cerca el sonido metálico, vibrante, de las campanas de bronce que pendÃan de las torres de la basÃlica. Su mantilla negra la llevaba como chal, mientras sus manos, nerviosas, jugueteaban con las cuentas de la camándula. No estaba rezando aún, pero su mirada reflejaba pesadumbre. Unas lágrimas tibias, tenues, escurrieron por las arrugas de su rostro mientras pensaba en BenjamÃn, su compañero de décadas que, atacado por una tos desgarrada, tÃsica, padecÃa por el frÃo Altiplánico.
Esa tarde, aprovechando que habÃa bajado al pueblo a comprar jarabes, LucÃa decidió que rezarÃa un rosario en la iglesia. Las campanadas la reconfortaban. Su incesante repetición la llevaron a un trance: sincronizó su taconeo con el badajo de la campana. Rogó por un momento a su santa tocaya por su esposo, pero después pensó que para que sus súplicas fueran escuchadas debÃa rezar más y añorar menos. Estaba tan ensimismada caminando por la plaza, acercándose al atrio, que no sintió el zumbido de la tierra ni las sacudidas de los viejos adoquines. Siguió su camino, inocente, como cumpliendo un oráculo. Tan pronto llegó al portón y pasó por el arco, la fachada y una de las campanas se le vinieron encima. Sus huesos débiles sucumbieron ante los escombros y el bronce. Iba a orar por su marido, pero no sabÃa que estaba rezando por su propia alma y, tal vez, quemando su propio ascenso al Gólgota. La mano de LucÃa quedó aferrada a su camándula, mientras que su mantilla quedó del color de sus mejillas. Ese viernes 4 de febrero de 1938, la tierra quiso equiparar el sonido de las campanas.
Ganador categorÃa Texto corto, paisaje Sonoro La Ceja – Felipe Osorio Vergara