El corazón llego tarde

Autora: Karen Quintero Gómez

Edad: 14 años

Desparche y escritura

El teléfono repiqueteó frenéticamente. Bajé las escaleras con dificultad y contesté con la respiración entrecortada. Pensé que era un compañero del colegio, para pasarme la tarea de matemáticas o inglés. Al otro lado de la línea, sin embargo, me saludó una voz familiar, ¡Qué grata sorpresa! Era el doctor José, quien me informaba que por fin había llegado el momento, ese instante que aguardaba desde hace tantos años, desde hace toda una vida. Era un hecho ¡Un nuevo corazón! la espera había terminado.

Llamé a mamá de inmediato y prometió llegar a casa lo antes posible para llevarme al hospital. Al fin volvería al colegio: no más talleres en casa, podría ir a jugar a un parque, conocer personas, tener amigos y, quién sabe, quizás, solo quizás, enamorarme. Mientras pensaba en poder vivir la vida que hasta ahora se me había negado, busqué el vestido más bonito que tenía en el armario, quería estar perfecta para el mejor de todos los días. Sentí tanta emoción, que el corazón frágil que solía tener no aguantó…después de un fuerte latido, caí al suelo.

Lo último que recuerdo, es estar en los brazos de mamá, sus gritos de dolor sumergidos en un llanto amargo y desolador. Luego todo se tornó borroso. Fue extraño, como si estuviera en un sueño profundo y todo era oscuridad y frío. Desperté -o al menos eso creí- en medio de una fría mañana, aunque las nubes no tapaban el sol. A lo lejos, podía reconocer una voz: era el padre de la iglesia del barrio, esa capilla que visitaba con mi madre cada domingo.

Me encontraba en el interior de algo que parecía una caja. No puedo negar que, en cierto modo era cómoda, sin embargo, me asfixiaba. Traté de calmarme y fue cuando descubrí algo agobiante y espantoso: mi corazón no se aceleraba, ¡no palpitaba!, no había latidos. Quise pararme de esa caja y escapar, intenté gritar para pedir ayuda, pero no puedo estar segura de haberlo logrado o si tal vez los gritos se quedaron atrapados en mi garganta, ¿y si grité, pero nadie logró escucharme? Abrí y cerré los ojos con fuerza, pensé que podría tratarse de una pesadilla y que al despertar estaría en casa con mamá, sin esa horrible enfermedad que padecí por años, disfrutando de mi nuevo corazón.  Entonces podríamos salir a comer un helado, ella iría al trabajo y yo al colegio.

Lo único que conseguí con todos estos pensamientos fue llenar mis ojos de lágrimas y de ilusiones sin sentido.  No se trataba de un sueño, debía empezar a aceptar esa verdad de la que nunca podría escapar: estaba muerta. Mi cabeza se empezó a llenar de preguntas e interrogantes: ¿Por qué sigo aquí?, ¿Por qué puedo oír y pensar?  Tal vez he dejado algo pendiente, pero ¿Qué pudo ser?

No pude despedirme de mi madre. Escuchaba su llanto, me parecía percibir su angustia. Me desesperé e intenté salir del ataúd. ¡Lo conseguí!, no fue tan difícil. Ahora podía ver a mamá, ver las lágrimas rodando por sus pálidas mejillas. El dolor, el cansancio y la soledad se reflejaban en su rostro. ¡Deja de llorar, por favor mami!, empecé a decirle sin saber si podía escucharme. Sigue viviendo, por favor: ve a ese bar que tanto te gusta, deja de pensar en la muerte, deja de sentir culpa por esos momentos en los que llegabas tarde a casa o no podías ir al hospital. No fue tú culpa, no fue culpa de nadie.

Intenté abrazarla, secar sus lágrimas y darle un beso. No sé si percibió ese pequeño alivio que otorgan los abrazos. Fue nuestra despedida. Poco después sonó su teléfono celular: una voz intransigente le ordenó que fuera lo más pronto posible a trabajar. Mamá dejó escapar un doloroso suspiro mientras acomodaba un ramo de tulipanes blancos sobre mi lápida, a la vez que leía la inscripción con profundo desconsuelo: Esperanza Rendón. Pronunció un te amo lentamente, dibujó una cruz en el aire sobre mi nuevo hogar y se fue en silencio. Quise ir con ella, pero ya no era mi mundo, y tal vez nunca lo fue.

Jamás me sentí tan libre como ahora, libre de una vida de esperar año tras año un corazón, esperar una oportunidad…Ahora debo buscar mi lugar en este mundo, mientras ella busca consuelo y resignación en el suyo.

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