ORFANATO ALFRED BINET

Autora: Eliana Villa García

Edad: 15 años

Desparche y escritura

No confíes en todo lo que ves, no te fíes de las palabras bellas, recuerda que la sal también parece azúcar. Estos refranes eran comunes en boca de la maestra Eugenia y los mencionaba antes del desayuno. Eran dichos llenos de sabiduría que buscaban despertar la sagacidad de los pequeños.

Cada noche a las 8:00 en punto, la maestra Eugenia organizaba a los niños para dormir: un grupo de pequeños entre los 6 y los 7 años, dulces, inocentes, juguetones, serviciales y honestos. Les daba un beso de buenas noches y se iba. Después de dejar todo en orden, subía al tercer piso para admirar su colección, las piezas que conservaba eran muy importantes para ella, las cuidaba con recelo pues llevaba mucho tiempo juntándolas. Había comenzado con ese hábito desde hace muchos años, desde el momento en que dejó atrás el primer orfanato en que trabajó. 

Eugenia siempre se caracterizó por ser una mujer solitaria y nostálgica a quien le inquietaba mucho el futuro. Los episodios de depresión y ansiedad eran frecuentes en su vida, razón por la cual visitaba una vez al mes a su psiquiatra, quien le ayudaba a lidiar con sus vacíos emocionales y le recetaba medicamentos para la ansiedad. Ella solía tomarlos, pero cada que lo hacía se sentía somnolienta y cansada impidiéndole llevar a cabo sus funciones. Por tal motivo prefería no ingerirlos, pues necesitaba estar atenta a las necesidades de los pequeños.

La maestra siempre fue una persona sola, desde niña tuvo que viajar de un lado a otro gracias al trabajo de sus padres, por lo tanto, no podía conservar amistades.

El día menos pensado sus padres la dejaron sola: murieron en un accidente de avión cuando ella tenía 10 años de edad. Jamás se enteró si tenía familia; nunca conoció abuelos, tíos y mucho menos primos. Creció en un orfanato y como nunca superó la muerte de sus padres empezó a evitar la cercanía con los otros niños.

A medida que iba creciendo conservaba ese modo solitario de ver la vida. Aunque nunca fue buena para hacer amigos, siempre soñó con enamorarse y ser madre. Sin embargo, una enfermedad le arrebató la posibilidad y tuvieron que extirparle la matriz. Lo único que tenía eran los pequeños huérfanos, por eso los amaba en cuerpo y alma, con tal de tenerlos y sentirlos suyos se encargaba de todo, no requería ayuda de otros adultos, se encargaba de todo: de la limpieza, del jardín, del mercado… y de los veinte huerfanitos, aunque estos le ayudaban también con algunas de las labores de la casa como organizar sus camas, lavar los baños, recoger basuras y cosas como esas.

Eugenia los llenaba de besos y ternura, les leía cuentos, les cantaba, jugaba con ellos y en ocasiones hasta les llevaba caprichos. Pero siempre, siempre les prohibía abrir la puerta roja del tercer piso. Lo único que podía competir con el amor que ella les profesaba a esas criaturas era su preciada colección.

Un día cualquiera, mientras la maestra preparaba la cena y los niños jugaban al escondidijo, Matías, uno de los niños más inquietos, trató de encontrar un buen lugar para ocultarse. Estaba seguro que los buscarían en los dormitorios, en el patio central o incluso en la sala pero ¡a quién se le ocurriría buscarlo en los salones de clase! Entonces subió al tercer piso y se deslizó sigilosamente como un gato para no ser visto.

Mientras caminaba por el corredor notó que todas las puertas estaban cerradas porque no era un día de clase. En el fondo vio aquella puerta roja que tanto les había advertido la profe que no abrieran.  La curiosidad se apoderó de él e intentó abrir la cerradura. Como estaba cerrada con llave intentó con un gancho de cabello que llevaba en su bolsillo en compañía de otras chucherias. ¡Bingo! Abrió la puerta y se topó con una cantidad de periódicos y cajas.

El chico empezó a curiosear el espacio y algo llamó su atención: un cuaderno rojo. Lo observó y empezó a leerlo, encontrando diferentes fechas. Aparentemente era un diario que, además, contenía recortes de periódico con datos inquietantes: ¡Tijuana, a expensas de una criminal con ¿trastorno de esquizofrenia? acusada por la desaparición de 6 niños en el orfanato la bendición (año 2019); Se busca una mujer que escapó de la cárcel de Monterrey,  acusada por la desaparición de 8 niños en el orfanato San Agustín (año 2020) en otro periódico leyó: Monterrey, se busca una mujer asesina serial  presunta responsable de la muerte de 4 niños en el orfanato María Guadalupe (año 2021).

Las fotografías que acompañaban los recortes de prensa mostraban tres mujeres muy diferentes entre sí: el color y largo de sus cabellos, las gafas, el modo de vestir e incluso los accesorios, sin embargo, todas tenían algo en común: una rosa sobre la solapa de la camisa o el saco. Pero ¿dónde más había visto una rosa así? ¡Claro, la maestra Eugenia!

Tenía que ser una casualidad, de ningún modo la señorita profesora podría ser una villana asesina. Matías siguió curioseando entre las páginas del diario, descubriendo algunas fotografías que exponían a Eugenia asistiendo a talleres de creación de máscaras y maquillaje artístico, incluso en algunas se apreciaba luciendo vestuario, maquillaje y pelucas, representando personajes dramáticos. Aunque no se veía en escenarios con público, era como si solo buscara aprender el arte del camuflaje y no del arte dramático.

¡Por Dios, podía cambiar de aspecto con tanta facilidad!  En ese momento se dio cuenta que tenía que descubrir todo, ante él aparecía una gran verdad y no podía ignorarlo. De pronto se apoyó sobre una pared falsa que lo condujo a otro espacio de la habitación ¡Vaya sorpresa! encontró el secreto mejor guardado, su preciada colección. Las piezas que ocupaban la fascinación de la maestra y que jamás permitía que nadie observara: frascos de cristal con líquido y con fragmentos de lo que parecían trozos de cuerpos humanos: dedos, ojos y cabello humano.

El tiempo en aquella habitación parecía congelado.

Matías no se enteró de que llevaba más tiempo de lo que pensaba descubriendo todos los secretos de su profe. Mientras tantos, los compañeros notaron su ausencia y dieron aviso a la maestra. Eugenia empezó a buscarlo por todo el orfanato, pero al llegar al tercer piso y notar que los salones estaban cerrados, el pavor se apoderó de ella y sintió que todo su cuerpo sudaba y sus manos temblaban mientras se preguntaba ¿sería tan osado de entrar al cuarto prohibido? no, no lo creo ellos saben muy bien que no pueden, Mmm pero como son de inquietos ¡No! Dios mío, no puede ser. Mientras pensaba, apresuraba los pasos hacia la puerta roja. De pronto, el niño sintió que alguien se acercaba y buscó dónde ocultarse, pero lo único inmediato era un refrigerador. Sin tiempo para pensarlo ingresó.

La señorita Eugenia encontró la puerta abierta: ya no tenía duda alguna de que Matías lo sabía todo. Ingresó, pero no vio. Con voz dulce empezó a llamarlo: Mati ¿dónde estás cariño? ven aquí, no te voy a hacer nada, no estoy molesta, no estoy enojada, aunque rompiste la regla.

Al ver que la puerta del refrigerador estaba entreabierta, se acercó y revisó el interior. El niño intentó escapar, pero la maestra no podía dejar cabos sueltos, así que lo sujetó con fuerza ¿Por qué maestra, por qué haces todo esto?

Siempre he cuidado de ustedes y antes velaba por otros huérfanos e indefensos, y antes de esos fueron otros. Siempre les di todo: mi tiempo, mi amor, mi juventud… pero nunca agradecieron, tienen el corazón enfermo ¡Ingratos! siempre se van cuando encuentran una familia que les hable bonito ¡¿Y yo dónde quedo!? Este es el único modo de quedarme con algo. Puedo conservar partes de mis niños en esos frascos y de ese modo nunca me dejarán, estarán conmigo por siempre, no pude conservarlos completos, pero en esos fragmentos está su esencia.

Ya sabes demasiado, me parece que deberás estar conmigo para siempre. 

Al escuchar esto, Matías le suplicó a la maestra que lo dejara vivir, que él guardaría su secreto. Sin embargo, la maestra siguió con su plan: se dirigió a una mesa que se encontraba en la esquina del cuarto y preparó una inyección con un contenido peligroso. Caminó lentamente hacía el niño mientras pensaba: ¿será que lo mato?, pero es que es Matías ¡mi favorito! el que siempre me trae una rosa del jardín y siempre me desea buenas noches con un beso en la mejilla. Pero no puedo evitarlo, él mismo se puso en riesgo al descubrirlo todo.

Eugenia no estaba lista para hacerlo, sin embargo, procedió a inyectarlo. Los ojos de Matías se cerraron y su ritmo cardíaco empezó a bajar, la maestra sacó un mantel blanco, lo arropó y puso una almohada bajo su cabeza, dulces sueños Mati, le dijo mientras lo besaba en la frente como cada noche. Luego apagó la luz, cerró la puerta y se fue.

Mientras tanto, los niños inquietos preguntaban por su compañero. No se preocupen niños, daré aviso a las autoridades, estoy segura de que Mati escapó, siempre fue muy inquieto. Hubo alboroto e incluso llanto, pero la maestra los calmó diciéndoles que fueran a las habitaciones mientras ella reportaba el caso a las autoridades competentes.

 Los pequeños, arrodillados sobre la cama, esperaban a la maestra Eugenia para que dirigiera la oración. Ella no se hizo esperar y desde antes de ingresar al recinto ya se escuchaban las frases del rezo de cada noche, mientras los niños en coro le respondían. Así finaliza un día más en el orfanato Alfred Binet.

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